xoves, 27 de setembro de 2012

Donostia, 7: Bahman Ghobadi opta a ganar su tercera concha de oro con Rhino Season

por José Luis Losa

Esta 60ª edición del Festival de Cine de San Sebastián sufrió ayer un atípico impasse, el provocado por una huelga general convocada por los sindicatos nacionalistas y la CNT. Ya hace un par de semanas, el certamen manifestó que respetaría ese derecho de huelga. Imagino que fruto del pacto con estas fuerzas sindicales, la jornada se redujo a los servicios mínimos que pasaron por las proyecciones en los dos cubos del Kursaal y por la anulación en el resto de pantallas del festival.

Así las cosas, y con todo el paisanaje de acreditados más pendiente de donde encontrar solución a sus necesidades alimenticias que de la jornada reducida a la mínima expresión, no sé si será fruto de la casualidad que el iraní Bahman Ghobadi fuese el seleccionado para para conseguir que toda la atención de la jornada se centrase en su película a concurso, Rhino Season. Conociendo las habilidades de Ghobadi para la autopromoción, este papel de protagonista del día debió de ponerlo tan estupendo que le llevó a protagonizar una anécdota casi grotesca. Pasaban ya casi diez minutos de la hora programada para el pase y en la sala del Kursaal comenzaba a planear la duda de si la marea de la huelga se iba a llevar por delante también el film de Ghobadi. Y en esto, por un lateral de la sala aparecieron el director del festival, José Luis Rebordinos, y el cineasta iraní. Su aire de gravedad al dirigirse a los escaños tuvo algo de reminiscencias tejerianas. Parecía que la autoridad competente, por suerte civil, y el realizador del día iban a dar noticias de estado de sitio. Lo que en realidad sucedió, anticipado de manera somera y correcta por Rebordinos, es que la copia que se iba a proyectar en el pase tenía unos problemas de sonido que Ghobadi explicó compungido. Y aprovechó la circunstancia para largarse un speech de cinco minutos en los que nos habló de la poética de los sonidos y los silencios en su película y de cómo la filmación de Rhino Season le había consumido dos años de trabajo pero le había salvado la vida. Yo deseo a Ghobadi una larga existencia, pero no estaría mal que en la elaboración de su siguiente película invirtiese 30 años y un día. Lo justo sería, después del show Ghobadi de ayer, que todos y cada uno de los directores con película en competición dispusiesen ahora de esos cinco minutos para vender la sensibilidad y el valor terapéutico de sus obras.

Tras la lección de marketing pillo, comenzó por fin la proyección con un aval de lujo: Martin Scorsese presenta… Después de sufrir la petulancia inaudita, la impostura caballar del film, a uno se le despejan todas las dudas acerca de hasta qué punto Scorsese puede ser uno de los mejores conocedores del cine norteamericano pero fuera de ese territorio se entera de más bien poco. Rhino Season confirma todos los temores previos: es una propuesta de un oportunismo tan evidente como escandalosa es la desvergüenza y la torpeza de un Ghobadi al que dos Conchas de Oro han hecho subir su ego de auteur a niveles estratosféricos (y ojo con que no le vaya a caer del cielo la tercera, igual que unas tortugas que llueven en el film al modo de las ranas de Magnolia y que son risible autocita del narcisista autor de Las tortugas también vuelan).



El film se las da de película de denuncia política del régimen iraní al contar el encarcelamiento durante treinta años de un poeta, tiempo en el cual su mujer sufre la violación de un guardián de la revolución y tiene de él dos gemelos. Ah, el papel de la mujer iraní lo encarna Monica Bellucci, víctima sin duda de los caprichos de nuevo rico del santoral de autores de Ghobadi, que vio en la Bellucci una posible vía para acceder a Cannes o Venecia, pero que al final ha tenido que volver a la tierra donde las Conchas de Oro vuelan.

Aguanto con estoicismo la pedantería insólita de Rhino Season, con esos largos planos del poeta mártir mirando a un lago o a la lejanía, que parecen concebidas como inoportuna parodia del cine tardío de Theo Angelopoulos. Ya está mencionada la lluvia de tortugas. Y hay también un caballo que se supone guiño al primer filme dramático de Ghobadi, A time for a drunken horses. Lo que parece estar borracho es el ego del director iraní, que parece querer brindarnos aquí su particular Ocho y medio. Ah, en pleno delirio, surgen de la estepa nos rinocerontes megalíticos que deben de venir prestados del rodaje de Beasts of the Southern Wild. Mientras la pantalla supura estomagantes planos metafísicos, deseo que un piquete informativo tome el Kursaal y libere a los mil rehenes de Ghobadi.

Menos mal que tras alucinar con la supina maldad de Rhino Season y languidecer a la busca de una bola de carne en medio del cierre colectivo, la jornada deparaba premio a los resistentes. Dos películas programadas en la sección Nuevos Realizadores ofrecieron cine estimulante. Parviz llegaba también de Irán. Dirigida por Majid Barzegar es una vitriólica película de humor negro, finalmente macabro, que dejó descolocado a buena parte de la sala, que no concebía que un film iraní pueda reírse, como sucede en Parviz, de su propio padre. Y es que su protagonista, un hombre de cincuenta años que se niega a abandonar la sopa boba de la casa paterna, sufre el síndrome de Bartebly y sólo desea estar viendo fútbol europeo y rascándose la prominente barriga, es un amago de cruce entre Torrente, Justino y el más salvaje guión de Azcona o Perico Beltrán. A poco que un buen ojeador norteamericano le eche al ojo al impagable actor que encarna a este ser poseedor de todas las mezquindades la nueva comedia americana podría hacer el fichaje del siglo.

Mejor es todavía la chilena Carne de perro. Centrada en un ángulo del cine post-Pinochet hasta ahora inédito, la imposible reinserción de un extorturador de la dictadura, su director Fernando Guzzoni dibuja con poderoso estilo y un guión medido y rico en elipsis sutiles, el descenso a los infiernos de este antiguo ejecutor anclado fatalmente en su pasado de centurión pinochetista. Y posee el buen sentido de evitarnos un desenlace efectista para, en cambio, cerrar con implacable pero austera elegancia esta Carne de perro, sin duda, la película más sólida de la sección Nuevos Realizadores.

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